LA PARÁBOLA DE LAS DOS COBRAS


Cobra Kai.
Machismo, deconstrucción y necesaria reconstrucción
en las Artes Marciales.


A medida que avanzan los capítulos de la serie de Cobra Kai, Johnny, a quien veíamos disparando a mansalva comentarios racistas y misóginos, lentamente se va reconfigurando. Se deconstruye. De a poco, se rompe y se vuelve a armar. Entiende que no todo lo que le enseñaron está bien. Se cuestiona. Cambia. Abraza como practicantes a l@s subyugad@s. Aprende de sus propios errores y también de sus alumn@s (a quienes vemos frecuentemente actuar como maestr@s); y se vuelve mejor persona.
Un buen ejemplo de este proceso es cuando el (ahora) Sensei Lawrence habla de las dos cobras en la jungla: una vence al león más fuerte y otra a un mono herido.
En este fragmento en particular una temática se vuelve muy presente: la desigualdad social hacia las mujeres y de un tipo de violencia que, por sutil, puede pasar inadvertida.
En primer lugar, la metáfora, nos invita a reflexionar sobre lo fácil, cómodo y poco digno que resulta atacar a quien está en clara desventaja. De lo cobarde de defender un lugar de privilegio, donde se disfruta de una obvia asimetría de poder y oportunidades. Podría, tranquilamente, estar hablando del patriarcado. ¿Por qué? Veremos que hay varios puntos en común. Él nos habla de injusticia, inequidad y desigualdad.
Para que haya justicia, primero tiene que haber equidad. A todas luces es bien distinto agredir a quien está desprevenido o herido; que defenderse de quien tenemos enfrente. Solo tienen las mismas posibilidades quienes gozan del pleno uso de sus competencias. Johnny está indignado. No puede creer que sus discípulos se vanaglorien de un acto tan ruin, y de esa victoria que no tiene ningún mérito.
Segundo, nos habla de igualdad. La cobra y el león son iguales; como bien nos dice la Real Academia Española; en tanto existe una equivalencia: el Rey de la Selva es más grande y tiene afiladas garras, pero la cobra real es escurridiza y mortalmente venenosa.
Por último, aunque realmente las víboras suelen ser solitarias, y los leones se desplazan en manada, en el relato son una y uno. Hay paridad numérica.
Y ahí se desprende, de la parábola, otro aprendizaje: seguramente, en un entorno natural, las cosas hubieran sido más difíciles para la serpiente. Tal vez sea esta otra referencia al mundo real, donde en tantos ámbitos (por ejemplo: en las artes marciales) las mujeres somos minoría. Se agrava con la importante deserción de las practicantes cuando se vuelven madres. Así, por simple lógica matemática, se nos van achicando las probabilidades de llegar a ocupar otros espacios como el coaching, el arbitraje, o la docencia.

No es casual que el Maestro le haga la pregunta a la única mujer del Dojo: “¿Srta. Robinson, que cobra prefiere ser?” Y ella sabe, claro que sabe. Responde bien. Porque lleva aprendiendo toda la vida. Elige la única opción donde hay un equilibrio. La digna, la única que es justa.
Sabe que las victorias cuestan mucho más cuando no hay ni equidad ni igualdad.
A veces, incluso, son sencillamente imposibles. Y ya no estamos hablando de animales en una lucha por sobrevivir; sino del triunfo de cada ser humano en su propia vida. Lo ideal es que las condiciones sean las mismas para tod@s.
Esa es la esencia del Feminismo; y de cada movimiento que reclama un mundo ecuánime.
Luego, casi como una confirmación, por primera vez, la Srta. Robinson es designada para dirigir la clase.
John entendió: necesitamos ser tratadas como iguales. Por todos.
Hay excepciones. Es cierto. También buenas intenciones, un montón; y por supuesto que se agradecen. Pero ahora estamos necesitando acciones. Hechos.
El mundo de las artes marciales será equitativo recién cuando nuestros talentos y capacidades sean apreciados como tales, y no como virtudes únicas de unas pocas que resistimos.
La verdad: no nos interesa ser admiradas. Bájennos de ese pedestal, que es suyo. Nosotras queremos pisar el suelo.
Cuando se borren todos los prejuicios: eso de “el sexo débil”, los “...a pesar de ser mujer” o “yo con nenas no peleo”; estaremos más cerca.
El día en que se esfumen los motes y referencias a nuestra apariencia física, y no exista ni una mirada lasciva o condescendiente, vamos a empezar a andar el Do desde el mismo punto.
Cuando las manos contra nosotras se levanten únicamente dentro de un Dojan, por libre elección, deportivamente; como un juego: con reglas, ética y jueces/zas viendo, y no en la hermética oscuridad de nuestras propias casas.
No nos liquiden el potencial. No nos limiten. Pedimos, simplemente, que quienes toman las decisiones y ostentan el poder nos den la posibilidad de desplegar ese potencial. No hay otra manera de avanzar hacia unas artes marciales inclusivas. Mantenerse en un Dojo (Kwon, etc.) no debería requerir de una capacidad de aguante sobrehumana. Hablamos de que nuestra experiencia y sabiduría valga lo mismo que las de otro practicante varón, con idéntica preparación y dedicación.
Queremos que nuestra voz suene con el mismo volumen. Es difícil hablar si para ser escuchada una siempre tiene que estar gritando. Insistiendo.
Anhelamos que nos sea tan fácil como a los hombres.
O, mejor dicho, que tengamos las mismas dificultades. Pero ni una más.
Simplemente pretendemos eso: ser pares. Adentro y afuera del tatami.


Mariana Larosa,
1er Dan de Karate
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